Papel mojado es un emprendimiento independiente de estudiantes radicados en La Plata que tiene por objeto dar a conocer nuestros trabajos y nuestras pasiones.

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sábado, 6 de febrero de 2010

La madre



Hacía tiempo que las imágenes se le habían vuelto borrosas, como vistas a través de un estanque o un cristal empañado. De lo que era entonces no quedaba mucho. Siempre el mismo devenir, la misma distancia; los mismo días que se precipitaban al fondo de ese abismo ahora insondable, mas algún que otro sueño ajado y, aun así, para ella todavía existían esperanzas, posibilidades remotísimas como un grito animal, distantes en milenios de los primeros tiempos, los tiempos prometedores de la ingenuidad y el desconocimiento del destino…Y aun así había esperanzas. Esa absurda costumbre de la fe.

Desde entonces había querido ser diferente, ser otra, con otros recuerdos y otro pasado. Desear otros labios, otros cuerpos. Sentir una sangre que no fuese la suya correr bajo la piel. Siempre deseó otro futuro. Ser alguien, alguien distinto, pero alguien al fin.


Esa mañana no sería diferente (ya no recordaba días que lo fueran). Como siempre ocurría, el quejido se dejaría oír una vez más, distante y leve, pero el mismo. Y se dejó oír. Y ella estaría despierta poco antes, expectante en esa oscuridad impenetrable de la habitación. Y lo estaba. Después un silencio viscoso que se prolongaba más allá del cortinado, una suerte de muralla que se erguía sofocante, como una enorme puerta tras la cual existía o se sospechaba una energía inconmensurable y eterna.
El quejido venía de la habitación contigua. Un rumor ínfimo y atemporal que apenas subsistía en ese laberinto prosaico de las entrañas de Palermo.

- Debe tener hambre, se decía con una sonrisa imperceptible y así descendía hasta la cocina. Siempre en silencio.

Allí comenzaba a preparar el biberón. Buscaba la leche en polvo, el azúcar y todo lo necesario para inmiscuirse de lleno en ese rito, en esa procesión rigurosa de pasos, como una ceremonia ancestral a dioses despiadados e intolerantes. Un algoritmo íntimo que se sucedía noches tras noches, desde hacía un año.
Se dejaba caer en el piso mientras el agua comenzaba a zumbar. Había algo de espectral en ese suelo helado que ahora sustentaba su piel, algo como un temblor profundo que se trasmitía a sus entrañas. Y una vez más sentía ese frío inexplicable que la inundaba, que le hacía sentir ausencias que ya no debería… no después de tanto tiempo.
El agua estaba perfecta y aun así la probaba tres veces, como solía hacerlo su madre.
Ya con el biberón regresaba al cuarto en penumbras, acercándose poco a poco hasta la cuna que yacía bajo la ventana. Inerte y en silencio. Corrió las sábanas y sus manos palparon un contorno delicado, tan frágil como una copa de cristal. Pronto lo acurrucó en su pecho, con esa tibieza dulce que tienen los árboles, y los primeros versos de una canción de cuna le rebalsaron los labios. Esa canción que apenas recordaba como un eco lejano en su memoria ahora comenzaba a poblar el aire como un tumulto vacilante de imágenes y recuerdos.

La leche tibia y humeante se escurría entre sus brazos y se mezclaba con la sal de sus lágrimas y se precipitaban, juntas, indisociables, por los rincones de su rostro como gotas de rocío. Y esa mujer, tiritando en ese rincón invariable, tan oscuro, tan lejos de esa ciudad aun más oscura, se mecía con sus brazos arqueados sobre el pecho, acurrucando el aire vacío.


Agustín Ducca Pantaleón - La madre

Ilustración: Pablo Alonso - Garras

1 comentario:

  1. Es increíble como de un hecho tan cotidiano podes escribir un cuento tan maravilloso, además sin perder ese toque de "misterio" que caracterizan a tus escritos.
    Tampoco se debe pasar por alto a las ilustraciones que acompañan muy bien a los textos.
    La constancia de los hacedores de este emprendimiento los llevara muy lejos.
    Sigan así! Exitos

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